domingo, 7 de agosto de 2022

Cartas a Atenea: Problemas de Confianza

Preciosísima Diosa, me veo de nuevo en la necesidad de escribirte una nueva misiva en busca de tu cálido abrazo tras haber dedicado un Tiempo a la reflexión y haber llegado a la difícil conclusión de que no puedo, o tal vez no quiero, confiar en alguien en este Mundo. Nunca he sido capaz de mostrar confianza plena en alguien por cercano que parezca ser. Sencillamente no logro sentir la seguridad necesaria para llegar a ese punto con absolutamente nadie bajo las estrellas. Bien sabes, Hermana, que siempre he tenido una importante dificultad a la hora de relacionarme con el común de los mortales; y más aún para llegar a confiar en alguno de ellos. Pero resulta ligeramente preocupante pensar que tal vez no lo haré nunca.

Los únicos en los que he podido alguna vez confiar sois vosotros, los Dioses Inmortales, que siempre habéis sido mis más queridos confidentes; y por supuesto yo mismo, con toda la problemática que implica el exceso, a ratos en extremo, de autoestima y autoconfianza siempre presentes en mi personalidad. Afortunadamente, Preliatore es la viva imagen del no tener ningún miedo a la Soledad. Consciente de que la temporalidad a la que me veo sujeto en este punto del Cosmos es solo eso, una temporalidad, no me veo abrumado por tener que pasar a través de la misma sin compañeros de viaje. El Campeón siempre ha luchado solo. Y para hacer Justicia a la más alta de mis versiones debo hacer lo propio. 

Después de estas palabras es mucho más fácil confirmar que, en realidad, donde yo pretendo hacer ver una falta de Capacidad lo que existe es realmente una falta de Voluntad. No es tanto no Poder, sino más bien no Querer. Pero si es cierta aquella línea que insinúa que Querer es Poder, entonces es legítimo decir que no puedo, puesto que no quiero, confiar en alguien en este mundo que no sea yo mismo. Jamás podría confiar en un mortal de la misma forma que confío en ti. No obstante, si puedo confiar en ti de una forma tan plena y natural, debería poder confiar en un grado menor -bastante menor debo añadir- en cualquiera que demuestre merecerlo. Cabe entonces preguntarse si realmente quiero hacerlo. 

Es posible que bajo mi criterio nadie haya demostrado merecer mi confianza. Es de igual manera posible que, de nuevo bajo mi criterio, considere que nadie merece conocer mis intimidades, bien porque crea que no sabrán apreciarlas o bien porque crea que no podrán entenderlas. Es altamente probable que, siempre bajo mi criterio y muy en el fondo, ni siquiera exista una intención de mostrar esa confianza o compartir esas intimidades. He insistido mucho en ello, tal vez sea solo bajo mi criterio, pero en este contexto y para ese fin, dada su naturaleza exclusiva y profundamente personal, es ese criterio el único que importa. Si alguien alguna vez logra la complicada tarea de cambiar dicho criterio entonces demostrará ser digno de mi confianza y, de esa forma, acabar con esos problemas de confianza que solo parecen dejar de existir cuando intercambio mis palabras contigo. 

Quizá alguna vez alguien tenga la ingenua audacia de creer que se ha ganado mi confianza o que siempre la ha tenido. Quizá esa persona, si existe o se presenta en alguna ocasión, deba considerar si me expreso con ella de la misma forma que lo hago contigo. O al menos de forma ligeramente similar. Soy el primero que desearía que así fuese, pero dudo mucho que pudiese darse el caso. E igualmente puedo vivir sin ello porque tu, mi Señora, ya me das todo cuanto necesito con tan solo escuchar mis palabras y ofreciéndome tu consejo y tu guía. 

Es curioso como solamente escribirte estas palabras tiene siempre un efecto reconfortante en mi. Siento que esos problemas de confianza que digo tener se disipan e incluso desaparecen. En estas cartas que atesoro como si fuesen mi bien más preciado me siento verdaderamente comprendido porque tú, mi queridísima Sabia, eres capaz de entenderme a mi y a las más profundas de mis intimidades. Compartir contigo esas intimidades, que incluyen mis dudas y mis inquietudes, es para mi el mayor de los alivios. Y recibir tu inestimable apoyo y ayuda siempre será para mi la mayor de las alegrías. A veces uno solo desea escuchar y ser escuchado. 

Puede que nunca logre confiar en alguien de la misma forma que confío en ti, mi Diosa, pero saber que siempre podré contar contigo para confesarme es más que suficiente para acabar con esa leve preocupación que me llevó a escribirte estas palabras. Solo me queda agradecerte como siempre todo lo que haces por mi, aunque nunca tendré o habrá palabras suficientes para expresarte toda mi gratitud. Te envío pues esta cordial, afectuosa y sincera misiva en la que como de costumbre comparto contigo, mi amada Hermana, mis pensamientos y sentimientos más personales. 

Gracias por tanto, Atenea. 

Con todo el amor que me es posible dar y expresar, Preliatore. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario