Justificación y Defensa
Salir
de este armario no es fácil, pero no hay mejor momento para hacerlo
que el presente. Además tengo algo abandonado esto y no me puedo
permitir semejante vacío en mis publicaciones. Habiendo terminado ya
los exámenes y volviendo a la rutina creo que es hora de volver a
escribir, así que voy a ello. Prepárense para algo breve pero
curioso.
El
armario del que hablo es el del Apoliticismo. El ser apolítico es
algo que políticamente está mal visto. Claro, es lógico. Algo que
está fuera de la política es algo naturalmente mal visto desde
dentro de la misma. Mucho más desde las posturas de izquierda, que
suelen ser más combativas y necesitan constantemente de efectivos,
que desde las de derechas, que no prestan demasiada atención a lo
apolítico.
En
esta entrada haré una defensa de esta postura ante las críticas más
comunes que se le hacen y ante las consideraciones más
inconsistentes que se lanzan al aire sobre esta postura. Lo que no
habrá aquí son imágenes. Porque tampoco hay mucho que enseñar con
documentos gráficos.
Lo
primero que se debe hacer siempre para defender algo es justificarlo.
Algunos pensarán que defender esta postura es complicado, pero yo
diría que es más bien todo lo contrario. Verán, hace mucho Tiempo
yo tenía algunas tendencias políticas, pero nunca llegue a sentir
los colores con ningún tipo de corriente o movimiento. Mi carácter
neutral y objetivo me ha impedido esto siempre a lo largo de todas
las eras, por lo que no es algo que me sorprenda.
La
cuestión principal es que en realidad -y esto es innegable- no
existe ningún pensamiento político perfecto o ideal, y aquellos que
se acercan a serlo son utópicos e irrealizables, por lo que no los
considero como opciones reales. Ni los pensamientos tradicionales ni
los modernos o postmodernos me dan las buenas sensaciones necesarias
como para seguirlos. Unos ya no funcionan y otros simplemente jamás
funcionarán.
El
desencanto es en base a esto último el primer motivo que doy como
justificación del Apoliticismo. El pensamiento político tradicional
está atrapado en su propio Tiempo y no logra adaptarse al presente y
el pensamiento moderno como bloque y conjunto es mucho más social
que política, de facto apenas es político y está completamente
dividido por según que corriente social sigue. Ya ni siquiera hago
la división entre la izquierda y la derecha, pues en ambos lados veo
los mismos síntomas. En las izquierdas y derechas tradicionales se
percibe ese elemento común que supone el estar atrapado en el
Tiempo. Y en las izquierdas y derechas más modernas solo se ofrecen
algunas soluciones y otros tantos problemas para situaciones de corte
social y no político o económico. Es por esto que a partir de este
punto y explicado esto no hablaré de izquierdas ni de derechas en lo
relativo a la justificación del apoliticismo. En su lugar se
emplearán los términos tradicional y moderno, que se corresponden
mucho más con la realidad política del Siglo XXI.
Se
debe resaltar que este desencanto no es algo exclusivo mío. Aparece
en muchas personas que, estando convencidas de una u otra ideología,
se dan cuenta de los errores y fallos de las mismas o de la
incompetencia de estas al alcanzar una posición de poder. Imagínense
la decepción al apoyar una corriente política y ver que cuando
llega al poder su aplicación y metodología resulta ser algo
ineficiente y con muchas diferencias y fallos respecto a lo que
proponía en un principio; las sensaciones que esto les dejarían
serían un profundo desencanto y mucha desilusión de cara al futuro,
por lo que la posibilidad de renuncia a este pensamiento político
irían en aumento. Llegado al punto de la renuncia uno tiene varias
posibilidades. Las más comunes son pivotar y desplazarse
políticamente hacia un pensamiento similar o moverse a uno
completamente distinto. El problema de cambiar de posición
ideológica es que adaptarse a una similar hará que se repita el
ciclo anterior y moverse a una radicalmente distinta terminará por
se mucho más complicado de asimilar debido a las enormes diferencias
con lo anterior. Por tanto, en cualquiera de los dos casos es muy
probable que el ciclo se repita y se termine de nuevo en un punto de
desilusión. La última salida es simplemente no posicionarse. La
neutralidad, la imparcialidad y la objetividad. Y es aquí donde
entra el apoliticismo.
Habrá
muchos que entiendan que el apoliticismo es no votar o votar en
blanco. Vagamente puede decirse que esas son actividades apolíticas,
pero considerar que no sirven para nada, indicando por pura lógica
que si hacerlo si que tendría alguna utilidad es cuanto menos
ridículo. Votar no sirve absolutamente para nada. La situación
política es imperturbable en casi todo el mundo a estas alturas,
pero no imperturbable para bien, sino para mal. El punto de
inmovilismo descarado al que se ha llegado -sobre todo en el mundo
desarrollado- no va a cambiar porque salga una u otra de las opciones
que el sistema te propone precisamente porque es el mismo sistema
político quien te las está proponiendo. Recordemos, en un pequeño
paréntesis, que el modelo de Gobierno Representativo no es uno de
carácter Democrático, ya que la participación directa en la
política es nula aunque las escuelas y medios quieran probar lo
contrario. Hay que reconocer que mirando para sí, el sistema
político hace una labor muy reseñable, pues logra que esta
estabilidad en general sea sólida y muy difícil de quebrar.
Chapeau.
Precisamente
por esto una de mis máximas cobra muchísimo sentido. La Política
está muerta. Muy muerta. No como ciencia, claro, sino como
procedimiento y método. Cualquiera que entienda la definición de
política y su razón de ser comprenderá esto. Para que exista
política debe haber un mínimo de cambio notable, y como es
perfectamente sensible no lo hay. La contemporaneidad ha supuesto la
Muerte de la Política. No es una opinión, es un hecho. El estado de
parálisis en que se encuentran las sociedades actuales es evidente.
El que no lo quiera ver, que no lo vea, pero eso no cambiará que la
realidad siga estando en el mismo lugar, a la misma hora.
Así
pues esta es la segunda justificación que ofrezco del Apoliticismo.
Si la política está muerta, todo aquel que la siga será un
cadáver. Y a mayor fervor, mayor podredumbre. ¿Para qué seguir
algo que de ninguna manera funciona? Podría funcionar, pero no lo
hace. Por ello, hasta que se reinvente o vuelva a sus orígenes
remotos no merecerá a mi juicio mayor atención, porque no hará
nada.
Otro
punto a comentar es que el Apoliticismo, aunque contrario a la
política, no se desvincula de ella. Es imposible hacerlo a menos que
vivas en las montañas, al igual que es imposible desvincularse de la
sociedad, a menos por supuesto que vivas en las montañas (Quizá
debería irme a vivir a las montañas otra vez). La acciones de la
política te salpicarán te gusten o no a diario en cada lugar y en
cada rincón, por lo que por mucho que lo desees no podrás librarte
de ella. La cuestión es que puedes dejar de vivir para o por ella
para pasar a vivir con ella, a modo de compromiso forzoso del
cual solo los Dioses (o las montañas, el desierto...) pueden
librarte.
El
tercer punto de justificación es el más visible. Ya he dicho que la
política y su ejercicio no son prácticos, no promueven o producen
cambios y no existen per se en nuestra era; pero la puntilla es que
todos los que la ejercen o pretenden hacerlo son exactamente iguales.
Inútiles, incompetentes o ineptos. Ese detalle, además de
contribuir a las malas gestiones -de cualquier color- y perpetuar el
sistema (con sus numerosos errores) y el pensamiento, supone la
definición última de política en el presente como cosa inútil.
En
lo que a críticas al apoliticismo se refiere las más comunes ya las
he desmontado antes entre líneas. La cuestión de votar en blanco o
no votar tiene la misma utilidad que hacerlo: Ninguna. Y ser
apolítico no implica desvincularse de la política, cosa imposible,
implica no vivir para o por ella sino vivir con
ella. Desde los sectores de la izquierda se critica mucho y de manera
muy mordaz al apoliticismo porque en cierto modo consideran a los
apolíticos como efectivos que no pueden sumar a su convaleciente
causa.
De
eso último dadle las gracias a Bertolt Brecht, que llamaba a los
apolíticos analfabetos políticos y sugería de una manera nada
sutil que todos los problemas de la sociedad eran culpa de las
personas apolíticas. Naturalmente Bertolt está equivocado como el
90% de la gente de su palo y obvia innumerables factores como el
papel del sistema, la economía y las estructuras de la sociedad;
pero él a lo suyo. Además, desde su punto de vista el apoliticismo
nace de la incapacidad de los apolíticos de ver y entender la
realidad. Esta afirmación quizá en su época sería minimamente
defendible, pero en la actualidad es más bien todo lo contrario, el
que es apolítico lo es ahora porque como yo, ve y entiende de manera
mucho más clara que el resto los entresijos de la realidad
sociopolítica que nos rodea. Este Bertolt escribía unas cosas de
infarto eh...
Desde
la derecha también se critica al apoliticismo, pero no lo hace con
tanta crudeza e intensidad. Probablemente esto se porque sus causas y
seguidores son menos volubles y están más asentados en su por
supuesto obsoleto marco ideológico.
Es
en las corrientes de pensamiento modernas sean izquierdosas o
derechosas donde ser apolítico es considerado
lo peor de lo peor. No les culpo por pensarlo, necesitan gente que se
adhiera a sus patéticas causas porque
andan escasos de personal a pesar de que quieran hacer ver lo
contrario. Curiosamente es en el seno de lo moderno donde el
apoliticismo ha aumentado ligeramente, pero no me repetiré, ya se ha
explicado por qué.
Pese
a todo hay dos tipos de apoliticismo, y uno de ellos si lo veo muy
criticable. El que yo veo como bueno es el que a pesar de no
implicarse en la política la conoce perfectamente y la sigue de
cerca, porque así tendrá una posición fuerte y con un profundo
conocimiento de su entorno y de la realidad. No se implica, pero sabe
lo que hace y sobre todo lo que se hace a su alrededor, incluyendo
quién, cómo, cuándo y por qué se hace.
El
que para mi es malo, bastante malo, es el apoliticismo por inercia. A
este se llega por pura vagancia, pereza o simplemente desgana. No se
implica, pero tampoco conoce, por lo que está totalmente vacío y no
tiene ningún sentido. Ser apolítico por inercia no es lo mismo que
serlo por compromiso, resignación o conocimiento. En los tres
últimos casos hay un motivo, una razón y una base; en el caso de
serlo por inercia solo existe la vagancia. Esto es a todos los
efectos algo reprobable y así lo considero yo.
A
modo de conclusión creo que he justificado por qué soy apolítico
de manera adecuada y con bastante contundencia. Y de la misma forma
he defendido esta postura con solvencia. No trato de convencer a
nadie con esto, sé que no lo conseguiría ni con las mejores razones
del mundo. El objeto real de este artículo es exponer que aunque me
encanta jugar al despiste y
me parece una de las cosas más divertidas del mundo,
hace ya mucho que no tengo orientación política alguna. ¿Qué
os esperabais? ¿que me pelease como un niño pequeño por cuestiones
políticas en las que mi opinión, voto o decisión no tienen ningún
valor real? Por favor, como si no hubiera mejores cosas que hacer en
la vida. Como por ejemplo cualquier otra que valga para algo.
He
trascendido la política y alcanzado el nivel de los Dioses
Inmortales en esto también, uno más de mis honores. Pero no por
ello dejo de observar con detenimiento el hacer de los mortales y sus
implicaciones. Recordad que siempre habrá un Dios escuchando ahí
arriba.
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