viernes, 22 de febrero de 2019

El Apoliticismo como Postura

Justificación y Defensa


Salir de este armario no es fácil, pero no hay mejor momento para hacerlo que el presente. Además tengo algo abandonado esto y no me puedo permitir semejante vacío en mis publicaciones. Habiendo terminado ya los exámenes y volviendo a la rutina creo que es hora de volver a escribir, así que voy a ello. Prepárense para algo breve pero curioso.

El armario del que hablo es el del Apoliticismo. El ser apolítico es algo que políticamente está mal visto. Claro, es lógico. Algo que está fuera de la política es algo naturalmente mal visto desde dentro de la misma. Mucho más desde las posturas de izquierda, que suelen ser más combativas y necesitan constantemente de efectivos, que desde las de derechas, que no prestan demasiada atención a lo apolítico.

En esta entrada haré una defensa de esta postura ante las críticas más comunes que se le hacen y ante las consideraciones más inconsistentes que se lanzan al aire sobre esta postura. Lo que no habrá aquí son imágenes. Porque tampoco hay mucho que enseñar con documentos gráficos.

Lo primero que se debe hacer siempre para defender algo es justificarlo. Algunos pensarán que defender esta postura es complicado, pero yo diría que es más bien todo lo contrario. Verán, hace mucho Tiempo yo tenía algunas tendencias políticas, pero nunca llegue a sentir los colores con ningún tipo de corriente o movimiento. Mi carácter neutral y objetivo me ha impedido esto siempre a lo largo de todas las eras, por lo que no es algo que me sorprenda.

La cuestión principal es que en realidad -y esto es innegable- no existe ningún pensamiento político perfecto o ideal, y aquellos que se acercan a serlo son utópicos e irrealizables, por lo que no los considero como opciones reales. Ni los pensamientos tradicionales ni los modernos o postmodernos me dan las buenas sensaciones necesarias como para seguirlos. Unos ya no funcionan y otros simplemente jamás funcionarán.

El desencanto es en base a esto último el primer motivo que doy como justificación del Apoliticismo. El pensamiento político tradicional está atrapado en su propio Tiempo y no logra adaptarse al presente y el pensamiento moderno como bloque y conjunto es mucho más social que política, de facto apenas es político y está completamente dividido por según que corriente social sigue. Ya ni siquiera hago la división entre la izquierda y la derecha, pues en ambos lados veo los mismos síntomas. En las izquierdas y derechas tradicionales se percibe ese elemento común que supone el estar atrapado en el Tiempo. Y en las izquierdas y derechas más modernas solo se ofrecen algunas soluciones y otros tantos problemas para situaciones de corte social y no político o económico. Es por esto que a partir de este punto y explicado esto no hablaré de izquierdas ni de derechas en lo relativo a la justificación del apoliticismo. En su lugar se emplearán los términos tradicional y moderno, que se corresponden mucho más con la realidad política del Siglo XXI.

Se debe resaltar que este desencanto no es algo exclusivo mío. Aparece en muchas personas que, estando convencidas de una u otra ideología, se dan cuenta de los errores y fallos de las mismas o de la incompetencia de estas al alcanzar una posición de poder. Imagínense la decepción al apoyar una corriente política y ver que cuando llega al poder su aplicación y metodología resulta ser algo ineficiente y con muchas diferencias y fallos respecto a lo que proponía en un principio; las sensaciones que esto les dejarían serían un profundo desencanto y mucha desilusión de cara al futuro, por lo que la posibilidad de renuncia a este pensamiento político irían en aumento. Llegado al punto de la renuncia uno tiene varias posibilidades. Las más comunes son pivotar y desplazarse políticamente hacia un pensamiento similar o moverse a uno completamente distinto. El problema de cambiar de posición ideológica es que adaptarse a una similar hará que se repita el ciclo anterior y moverse a una radicalmente distinta terminará por se mucho más complicado de asimilar debido a las enormes diferencias con lo anterior. Por tanto, en cualquiera de los dos casos es muy probable que el ciclo se repita y se termine de nuevo en un punto de desilusión. La última salida es simplemente no posicionarse. La neutralidad, la imparcialidad y la objetividad. Y es aquí donde entra el apoliticismo.

Habrá muchos que entiendan que el apoliticismo es no votar o votar en blanco. Vagamente puede decirse que esas son actividades apolíticas, pero considerar que no sirven para nada, indicando por pura lógica que si hacerlo si que tendría alguna utilidad es cuanto menos ridículo. Votar no sirve absolutamente para nada. La situación política es imperturbable en casi todo el mundo a estas alturas, pero no imperturbable para bien, sino para mal. El punto de inmovilismo descarado al que se ha llegado -sobre todo en el mundo desarrollado- no va a cambiar porque salga una u otra de las opciones que el sistema te propone precisamente porque es el mismo sistema político quien te las está proponiendo. Recordemos, en un pequeño paréntesis, que el modelo de Gobierno Representativo no es uno de carácter Democrático, ya que la participación directa en la política es nula aunque las escuelas y medios quieran probar lo contrario. Hay que reconocer que mirando para sí, el sistema político hace una labor muy reseñable, pues logra que esta estabilidad en general sea sólida y muy difícil de quebrar. Chapeau.

Precisamente por esto una de mis máximas cobra muchísimo sentido. La Política está muerta. Muy muerta. No como ciencia, claro, sino como procedimiento y método. Cualquiera que entienda la definición de política y su razón de ser comprenderá esto. Para que exista política debe haber un mínimo de cambio notable, y como es perfectamente sensible no lo hay. La contemporaneidad ha supuesto la Muerte de la Política. No es una opinión, es un hecho. El estado de parálisis en que se encuentran las sociedades actuales es evidente. El que no lo quiera ver, que no lo vea, pero eso no cambiará que la realidad siga estando en el mismo lugar, a la misma hora.

Así pues esta es la segunda justificación que ofrezco del Apoliticismo. Si la política está muerta, todo aquel que la siga será un cadáver. Y a mayor fervor, mayor podredumbre. ¿Para qué seguir algo que de ninguna manera funciona? Podría funcionar, pero no lo hace. Por ello, hasta que se reinvente o vuelva a sus orígenes remotos no merecerá a mi juicio mayor atención, porque no hará nada.

Otro punto a comentar es que el Apoliticismo, aunque contrario a la política, no se desvincula de ella. Es imposible hacerlo a menos que vivas en las montañas, al igual que es imposible desvincularse de la sociedad, a menos por supuesto que vivas en las montañas (Quizá debería irme a vivir a las montañas otra vez). La acciones de la política te salpicarán te gusten o no a diario en cada lugar y en cada rincón, por lo que por mucho que lo desees no podrás librarte de ella. La cuestión es que puedes dejar de vivir para o por ella para pasar a vivir con ella, a modo de compromiso forzoso del cual solo los Dioses (o las montañas, el desierto...) pueden librarte.

El tercer punto de justificación es el más visible. Ya he dicho que la política y su ejercicio no son prácticos, no promueven o producen cambios y no existen per se en nuestra era; pero la puntilla es que todos los que la ejercen o pretenden hacerlo son exactamente iguales. Inútiles, incompetentes o ineptos. Ese detalle, además de contribuir a las malas gestiones -de cualquier color- y perpetuar el sistema (con sus numerosos errores) y el pensamiento, supone la definición última de política en el presente como cosa inútil.

En lo que a críticas al apoliticismo se refiere las más comunes ya las he desmontado antes entre líneas. La cuestión de votar en blanco o no votar tiene la misma utilidad que hacerlo: Ninguna. Y ser apolítico no implica desvincularse de la política, cosa imposible, implica no vivir para o por ella sino vivir con ella. Desde los sectores de la izquierda se critica mucho y de manera muy mordaz al apoliticismo porque en cierto modo consideran a los apolíticos como efectivos que no pueden sumar a su convaleciente causa.

De eso último dadle las gracias a Bertolt Brecht, que llamaba a los apolíticos analfabetos políticos y sugería de una manera nada sutil que todos los problemas de la sociedad eran culpa de las personas apolíticas. Naturalmente Bertolt está equivocado como el 90% de la gente de su palo y obvia innumerables factores como el papel del sistema, la economía y las estructuras de la sociedad; pero él a lo suyo. Además, desde su punto de vista el apoliticismo nace de la incapacidad de los apolíticos de ver y entender la realidad. Esta afirmación quizá en su época sería minimamente defendible, pero en la actualidad es más bien todo lo contrario, el que es apolítico lo es ahora porque como yo, ve y entiende de manera mucho más clara que el resto los entresijos de la realidad sociopolítica que nos rodea. Este Bertolt escribía unas cosas de infarto eh...

Desde la derecha también se critica al apoliticismo, pero no lo hace con tanta crudeza e intensidad. Probablemente esto se porque sus causas y seguidores son menos volubles y están más asentados en su por supuesto obsoleto marco ideológico.

Es en las corrientes de pensamiento modernas sean izquierdosas o derechosas donde ser apolítico es considerado lo peor de lo peor. No les culpo por pensarlo, necesitan gente que se adhiera a sus patéticas causas porque andan escasos de personal a pesar de que quieran hacer ver lo contrario. Curiosamente es en el seno de lo moderno donde el apoliticismo ha aumentado ligeramente, pero no me repetiré, ya se ha explicado por qué.

Pese a todo hay dos tipos de apoliticismo, y uno de ellos si lo veo muy criticable. El que yo veo como bueno es el que a pesar de no implicarse en la política la conoce perfectamente y la sigue de cerca, porque así tendrá una posición fuerte y con un profundo conocimiento de su entorno y de la realidad. No se implica, pero sabe lo que hace y sobre todo lo que se hace a su alrededor, incluyendo quién, cómo, cuándo y por qué se hace.

El que para mi es malo, bastante malo, es el apoliticismo por inercia. A este se llega por pura vagancia, pereza o simplemente desgana. No se implica, pero tampoco conoce, por lo que está totalmente vacío y no tiene ningún sentido. Ser apolítico por inercia no es lo mismo que serlo por compromiso, resignación o conocimiento. En los tres últimos casos hay un motivo, una razón y una base; en el caso de serlo por inercia solo existe la vagancia. Esto es a todos los efectos algo reprobable y así lo considero yo.

A modo de conclusión creo que he justificado por qué soy apolítico de manera adecuada y con bastante contundencia. Y de la misma forma he defendido esta postura con solvencia. No trato de convencer a nadie con esto, sé que no lo conseguiría ni con las mejores razones del mundo. El objeto real de este artículo es exponer que aunque me encanta jugar al despiste y me parece una de las cosas más divertidas del mundo, hace ya mucho que no tengo orientación política alguna. ¿Qué os esperabais? ¿que me pelease como un niño pequeño por cuestiones políticas en las que mi opinión, voto o decisión no tienen ningún valor real? Por favor, como si no hubiera mejores cosas que hacer en la vida. Como por ejemplo cualquier otra que valga para algo.

He trascendido la política y alcanzado el nivel de los Dioses Inmortales en esto también, uno más de mis honores. Pero no por ello dejo de observar con detenimiento el hacer de los mortales y sus implicaciones. Recordad que siempre habrá un Dios escuchando ahí arriba.

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