Nada termina Nunca
En lo que se recuerda como una de las más ilustres representaciones de la vanidad y la prepotencia frente a la inevitabilidad de la decadencia por el paso del Tiempo, Percy Bysshe Shelley nos habla del Poderoso Ozymandias, un Rey que creyendo ser más Eterno de lo que le correspondía, dejó como testamento de su idea de sí mismo una imponente estatua. En la inscripción a los pies de la misma, en el pedestal que servía como su base, podía leerse:
«Mi nombre es Ozymandias, Rey de Reyes: ¡Contemplad mi obra, vosotros los Poderosos, y desesperad!
Lo que Ozymandias desconocía es que si bien esa inscripción sobreviviría al paso del Tiempo, no sucedería lo mismo con el coloso que debía acompañarla, del cual solo quedaban ya unas piernas sin nada que sostener y un rostro desgastado y semihundido en las insondables arenas del desierto, cuya inmensidad se extendía más allá del límite de la vista. Una ironía que solo podía ser meticulosamente fabricada por la crueldad del Destino y el difícilmente soportable sentido del humor del Universo. Una vida de ambiciones y deseos, sin importar la presunta Grandeza de quien las tenga, sucumbe ante el paso del Tiempo como lo hace cualquier otra Cosa, de forma ineludible y, por supuesto, inapelable. Y el Legado material que dicha vida pueda llegar a dejar, sobra decir, también lo hace.
Ozymandias es, en realidad, Ramsés II, uno de los habituales por aquí y un fijo de Una de las míticas. Pocos personajes del Mundo Antiguo tienen un Nombre más reconocible y un Legado mayor que el suyo. Y el poema en mi queridísimo pentámetro yámbico que porta su nombre trabaja con uno de los temas centrales del Pensamiento Preliatórico: La Impermanencia del Mundo Material. Una impermanencia que es simbólica además de física. No solo lo físico y material es impermanente, también lo son las abstracciones que a esto se adhieren. Por tanto, el mensaje que una obra quiere transmitir acaba indudablemente perdiéndose cuando esta obra deja de existir o -como sucede en el caso de la colosal estatua de Ozymandias- diluyéndose, transformándose. Llegando a veces al punto que aquí hemos podido presenciar, el de la ironía, el del contraste. Contraste entre lo que era y debió ser o haber sido y lo que ha terminado siendo a pesar de que solo una cosa ha pasado entre un punto y otro: Tiempo.
Los hechos descritos prueban que la solución que Preliatore propone para la Impermanencia del Mundo Material es superior a la que normalmente se suele preferir. La Significancia de la Memoria Individual es superior a la Memoria Colectiva y/o venidera, al Recuerdo ajeno de lo que fuiste e hiciste. Lo que el Colectivo y los Otros piensan de ti es fluctuante, maleable y susceptible a la erosión y la reinterpretación; pero lo que la propia Conciencia considera es algo que siempre estará contigo. Lo que dejas para los demás será consumido. Ozymandias tiene su legado consumido por las arenas del desierto, pero también por otras arenas que no son visibles, las Arenas del Tiempo, y ya no será algo que dependa de ti. Lo que piensas para contigo mismo, sin embargo, es algo que tendrás por siempre y para siempre, y dependerá exclusivamente de ti. Porque en el Mundo Material, un Hombre solo es dueño en Realidad de sus Pensamientos, y si un hombre no es dueño de sus pensamientos, ¿De qué lo es? ¿No es así? La forma más potente de sometimiento, la sumisión última, es la de no controlar los propios pensamientos, de no ser dueño de lo que se piensa. Entregárselos por completo a algo o alguien, o perderlos ante algo o alguien.
Tras este necesario aunque elongado introito, el Maestro Preliatore nos va a hablar de algo que puede parecerse a su reflejo en fondo y forma. Una Historia que sigue la línea de aquellas que enfrentan al Hombre con el Destino, con la Naturaleza, o con los mismísimos Dioses. Algo que necesariamente obliga al Hombre a convertirse en algo más que un Hombre. Los mayores activos para conseguir aquello que no se puede conseguir; los mayores activos que uno tiene para lograr lo Imposible, son aquellos que no tienen forma material, y por ende no se pueden destruir: Pensamiento y Voluntad. La Determinación para lograrlo por cualquier medio necesario.
Ozymandias es también el nombre elegido por Adrian Alexander Veidt para su alter ego Vigilante en la novela gráfica Watchmen, en la que cumple el rol de antagonista principal. Adrian es el Hombre más Inteligente del Mundo. Pero un Hombre ante todo. Dotado de más dones de los que cualquier mortal podría desear, pero afectado por las mismas calamidades que éstos pueden llegar a sufrir. Su intelecto no era su única Virtud. Veidt era un hombre muy rico; en excelente forma física, de características óptimas para un humano y al borde de lo sobrehumano; experto leyendo las emociones y el pensamiento de los demás, así como su lenguaje corporal (cualidades propias de los mejores manipuladores); gran ingeniero y especialmente un experto historiógrafo, lo cual define mucho su personalidad. Es alguien carismático, versado en negocios y política, de eidética memoria y, por encima de todas las cosas, de una Voluntad férrea, indomable, inquebrantable.
Ozymandias demostró ser no solo alguien precoz y talentoso, sino también versátil. Su conglomerado empresarial abarcaba desde la juguetería hasta los cosméticos, como su famosa línea de perfumería "Nostalgia"
Adrian demostró sus cualidades a una edad muy temprana, obteniendo unas notas perfectas en sus exámenes de la escuela. Esto hizo que sus padres y profesores sospechasen de su intelecto, por lo que Veidt decidió obtener deliberadamente calificaciones que se encontrasen en la media desde entonces para ocultar su inteligencia manteniendo un perfil bajo. Cuando Veidt reveló esto, se preguntó a sí mismo qué fue lo que ocasionó esa precocidad, estimando que sus padres no destacaban en intelecto y que no tenían ventajas genéticas de tipo alguno, respondiéndose a sí mismo que tal vez simplemente el decidió ser inteligente.
Sus padres fallecieron cuando él aún tenía 17 años, heredando una buena fortuna que él mismo decidió entregar en caridad. Incapaz de socializar y considerando que el único humano con el que podía llegar a sentir afinidad murió 300 años antes de Cristo, Adrian se embarcó en un viaje espiritual siguiendo los pasos de aquel que era su ídolo y al que se hace mención previamente: Alejandro de Macedonia. Es tras esta búsqueda de visión cuando Veidt comprendió que Alejandro simplemente era un reflejo de una gloria anterior, en este caso la de los Faraones y, concretamente, aquella de Ramsés II, del que tomó su nombre en griego Ozymandias.
Adrian se percató así de un linaje histórico e ideológico que en el Pretor no ha pasado desapercibido. Desde que entre el siglo primero y el segundo Plutarco escribiera Vidas Paralelas, el Hombre y su interminable búsqueda de significados y significantes, acompañada de la incomparable pero maldita habilidad para reconocer Patrones, han tratado de construir y reconstruir Significados y Reflejos en la Diacronía. Y eso es algo que desde mi privilegiada posición en el Tiempo puedo decirles que nunca ha cambiado y nunca cambiará. Esto es algo que puede hacerse hacia delante, como propuso Plutarco, con griegos y romanos cuyas vidas eran un paralelo; o hacia atrás, como comprendió Adrian Veidt en su experiencia espiritual. Plutarco considera que Iulius Caesar era el reflejo de Alejandro. Veidt interpreta que Alejandro refleja a Ramsés II.
Ozymandias es, llegado cierto punto, una Idea más que un nombre. Una Recurrencia en las Eras, otra de muchas, veo. Ozymandias es la decadencia entre el contraste y la ironía de Shelley. Ozymandias es la vida que es un paralelo del paralelo. Ozymandias es, para los más seriéfilos, uno de los más aclamados episodios de la historia de la televisión, y el que pone a Breaking Bad en su climática recta final, con su protagonista, White, enterrando el rostro en las arenas como el coloso de Shelley; y con él, toda su obra termina por derrumbarse en una escena que la cultura popular ha convertido ya en meme.
Relieve que muestra a Ramsés II capturando a sus enemigos, en este caso un nubio, un libio y un sirio. Ramsés es ampliamente considerado como el más poderoso de los faraones del periodo más poderoso del Antiguo Egipto, y también uno de los nombres más reconocibles de la Antigüedad incluso para aquellos poco o nada familiarizados con la Historia.
Alan Moore, en las habituales formas de Alan Moore, hace bien en dar a Adrian Veidt un trasfondo histórico y en convertir al propio personaje en alguien obsesionado con la Historia. La Historia siempre está dando forma a lo que nosotros somos. Y esta vez me incluyo junto a ustedes, rara avis, porque todos tenemos una Historia. La Historia da forma a lo que somos, sin importar que seamos Animales, Humanos, Dioses, Alienígenas o cualquier tipo de entidad Mística o Cósmica que se les ocurra; incluso sin importar si Somos o no. Todo tiene una Historia, Nada también, incluso el Tiempo en sí mismo la tiene. Mi elección no fue meramente vocacional, nunca lo ha sido, ¿Saben?
También en las habituales formas de Moore, incluso tratándose de una obra con un fondo más filosófico y metafísico de lo habitual, el bueno de Alan no puede pasar sin implementar comentario social y político en sus obras. Sucede más notablemente en la distópica V de Vendetta, pero aquí no se queda corto. Sin entrar en lo acertado o desacertado de sus opiniones, la inclusión del contexto político y cultural y, en última instancia, histórico en sus obras es algo que rara vez está mal implementado. En el caso de Watchmen, todos los elementos narrativos e incluso la historia en sí misma están absolutamente condicionados por el contexto histórico y la Historia. Watchmen tiene como punto de partida y elemento central uno de los grandes traumas del siglo XX: La Bomba. Tanto es así que su protagonista o al menos su personaje más icónico es literalmente la Bomba hecha Hombre. Y más en profundidad, Hombre convertido en Dios.
Vemos como eventos históricos que sucedieron en esta línea temporal como el Asesinato de Kennedy, la Guerra de Vietnam, la Crisis de la Embajada en Irán o la Invasión Soviética de Afganistán son representados en la obra y son muy relevantes para la misma, aún cuando algunos de ellos, más notablemente la Guerra de Vietnam, tienen un resultado significativamente distinto al que tuvieron aquí. Todos estos sucesos se enmarcan en el contexto de la Guerra Fría, quizá el periodo más esquizoparanoide de la Historia de la Humanidad, y el que define lo que es Watchmen y toda la Historia que nos cuenta. La serie de cómics de Watchmen fue publicada por DC Comics entre 1986 y 1987. La Guerra Fría estaba por terminar, pero quienes vivían en ese entonces aún lo hacían en la incertidumbre. Tan solo dos años después de su publicación, en 1989, caía el Muro de Berlín en lo que para muchos uno de los actos más significativos y simbólicos de la Historia Contemporánea. Pero antes de eso, y a pesar de los indicios de agotamiento soviético desde principios de los 80, la amenaza nuclear seguía latente y la sombra de la Destrucción Mutua Asegurada aún era alargada. Apenas tres años antes de la publicación de la serie, Stanislav Petrov evitaba una represalia nuclear por un ataque que nunca sucedió tras la falsa alarma nuclear del 26 de septiembre de 1983, por lo que de forma efectiva previno una guerra nuclear. 20 años antes, durante la Crisis de los Misiles de Cuba, Vasily Arkhipov evitaba la guerra nuclear negándose a disparar un torpedo nuclear T-5 desde el submarino B-59 en que se encontraba.
El Fin del Mundo, o al menos de gran parte del mismo, estuvo cerca más veces de las que debería durante la Guerra Fría. Y eso son solo algunos de los casos públicos y más conocidos. Como de costumbre en estos asuntos, aquello que se conoce públicamente es solo una parte del total. Es de esperar que durante buena parte del siglo XX hubiese muchos que acabasen sucumbiendo a la paranoia. Estamos hablando de un siglo repleto de traumas, en el que unos cuantos movimientos totalitarios, dos Guerras Mundiales y dos Bombas después no debía ser fácil conciliar el sueño. Un siglo donde las demostraciones simbólicas eran la norma, donde se vencía por la imagen. En la primera mitad del siglo, todos los grandes descubrimientos en Física y Ciencia o, al menos, todos los grandes nombres de la Física y la Ciencia trabajaron directa o indirectamente para un mismo fin. Todos conducían hacia la Bomba. Y en el primer tramo de la segunda mitad todos hicieron lo mismo hacia otro distinto: la Conquista del Espacio. No se trataba, realmente, de lograr grandes hitos científicos o avances por el bien de la Humanidad. Se trataba de enviar un Mensaje.
Hasta el señalado 1969, la Unión Soviética estaba apalizando escandalosamente a Estados Unidos en la Carrera Espacial. Estaban ganando la guerra por el relato o, en este caso, la Disputa por el Mensaje. La Unión Soviética había mandado el primer dispositivo al espacio, los primeros animales al espacio, el primer Hombre y la primera Mujer. Los Estados Unidos estaban muy por detrás, por lo que pusieron todo su empeño en lograr algo que aún no había sido logrado, llegar a la Luna. Dotando de una cartera con fondos ilimitados y las mejores mentes disponibles. Tenían que mandar un Mensaje y así lo hicieron. La Carrera Espacial terminó y de repente las conquistas espaciales pasaron de nuevo a un segundo plano, ya no era relevante, ya no importaba, el mensaje había sido enviado. Simbólicamente, los Estados Unidos habían ganado la Carrera Espacial, y así ha quedado en el Imaginario Colectivo, a pesar de que el Sputnik, Laika, Gagarin y Tereshkova ganasen sus respectivas categorías. Entre el sesgo de recencia y lo impresionante de la hazaña, Armstrong es lo primero que se viene a la mente de la memoria colectiva.
Poster propagandístico soviético de 1962. En la inscripción puede leerse: "Gloria al Pueblo Soviético, los Pioneros del Cosmos". Se trataba de enviar un Mensaje, y desde luego que lo hacían. No se puede obviar el contenido ideológico dentro y detrás de toda conquista científica.
Pero no pasó lo mismo con la Bomba. La Carrera Espacial dejó de estar en el primer plano. La amenaza de la Bomba siempre estuvo ahí. Desde que durante la Segunda Guerra Mundial fuese algo que obsesionase a todo el mundo que supiese de su posibilidad de existencia siquiera, la Bomba se convirtió en una cuestión de importancia capital. Esta vez tenemos un escenario distinto y más complejo al de la Carrera Espacial. El temor a que sus enemigos se hiciesen con ella antes que ellos hizo que los Estados Unidos se apresurasen a producirla. El Proyecto Manhattan se encargaría de producir algo más que la Bomba, engendraría la fuente de la epidemia de paranoia de la segunda mitad del siglo XX, cuyos coletazos se viven aún hoy día. Y junto a esta epidemia un Mensaje, el de la Destrucción Mutua Asegurada y, ante todo, la Disuasión. Paz a través de la Bomba. Una paz que la Historia ha probado fue al menos efectiva aún si extremadamente frágil, pero que en aquel entonces, para quien vivió esos años, no hacía más que alimentar el miedo y el pavor al fin del Mundo que conocía.
Las tensiones entre los Estados Unidos y la Unión Soviética nunca cesaron. Eran solo eso, tensiones, pero la amenaza de la Guerra Nuclear siempre estaba ahí. Esto es lo que Adrian Veidt temía y lo que terminó por llevarle a su objetivo, su visión final, salvar al mundo de su propia destrucción y de la guerra nuclear, logrando como consecuencia la paz mundial. Ideó un plan meticulosa y minuciosamente diseñado y para ello. El plan de Adrian se basaba en una brillante premisa: fabricar un nuevo problema, un nuevo enemigo que uniese a todas las naciones del mundo, especialmente a la Unión Soviética y los Estados Unidos, contra él. Para llevarlo a cabo, se deshizo de todos aquellos que pudiesen llegar a suponer un problema o a delatarlo, pues el éxito del plan dependía íntegramente de que su ejecución fuese limpia, sin que nada ni nadie sospechase que alguien había fabricado esta amenaza. La película y el cómic difieren en la forma que toma esta amenaza, y es una de las cosas que la película parece mejorar respecto al material original. En el cómic, la amenaza fabricada por Veidt es un monstruo alienígena artificial que es teletransportado a Nueva York y destruye buena parte de la ciudad. En la película, esta amenaza toma la forma de la detonación de numerosas explosiones similares a una de tipo nuclear en distintas ciudades clave del mundo. Cuando el plan se lleva a cabo, los efectos fueron los deseados, los Estados Unidos, la Unión Soviética y el resto de naciones olvidaron sus hostilidades para centrarse en una nueva amenaza. Veidt logró la paz, aunque no fue algo libre de costes.
Otros personajes de la obra se interponen o tratan de interponerse en el plan de Adrian. Los más notables son el Comediante, al cual asesina y el protagonista de la obra, el doctor Jonathan Osterman, ahora conocido con el mismo nombre que llevaba el proyecto que fabricó la Bomba. Deshacerse de un humano no es algo complicado para Veidt, pero hacerlo con alguien prácticamente trascendente y quasi-omnisciente no era algo tan simple. Ante la incapacidad de destruir o vencer a Osterman, lo único que quedaba era la manipulación.
Desde su accidente, Osterman obtuvo unos poderes más allá de toda comprensión. Su visión del mundo cambió. Podía hacer prácticamente cualquier cosa, y experimentaba el Tiempo de forma simultánea. Podía percibir y formar parte simultáneamente de su Pasado, su Presente y su Futuro. Lo primero que hizo Veidt fue bloquear su capacidad de percibir el Futuro empleando generadores de taquiones, partículas que operan a velocidades supralumínicas y que algunos teorizan que podrían desplazarse hacia atrás en el Tiempo. Incapacitando esta habilidad, Adrian lograba que Osterman se desconectase del Futuro, pero eso no era suficiente. A pesar de que Osterman parecía ajeno a las emociones y sentimientos propios de los Hombres, mostrándose incapaz de comprenderlos o asimilarlos; Veidt, leyendo su perfil psicológico y analizando su lenguaje corporal, entendió que si bien no podía expresar o comprender las emociones de la misma forma que los demás, esto no significaba que fuese insensible o imperturbable, sino que más bien no lo mostraba con tanta facilidad. Para empujarlo a su auto-exilio, Veidt hizo que Osterman estuviese sobrecargado de emociones, haciendo que en una entrevista televisada fuese acusado de provocar cáncer a todas las personas que le rodean. Superado por la culpa y los reproches, y atosigado por periodistas sedientos de titulares, Osterman se exilió a Marte, dejando vía libre para el plan de Veidt.
Veidt llevó a cabo de forma metódica lo que había planeado, fingiendo incluso su propio intento de asesinato para alejar toda sospecha de su figura. Hacia el final de la obra y entrando en su momento climático, el plan de Veidt es descubierto por dos de sus antiguos compañeros vigilantes, que van en su busca a la Antartida, donde se encuentra esperando para ver los resultados de su obra. Veidt se aísla en su fortaleza, llamada Karnak en honor a aquella del Antiguo Egipto, y se sienta a mirar decenas de pantallas con distintos canales que cambiasen periódicamente, asegurando que necesita Información en su forma más concentrada debido a la cantidad abundante de eventos en esos Tiempos, en los que ninguno de ellos era verdaderamente insignificante. Cuando uno de sus ayudantes le pregunta si no teme que tanta cantidad de Conocimiento concentrada le haga acabar ebrio, Veidt simplemente responde que no lo cree, alegando que el Conocimiento, la Información, es la poción más sobria que conoce.
Veidt compara la contemplación de múltiples pantallas con las pinturas impresionista o abstractas. Esta práctica le permite ver pistas sobre el Futuro cuando los significados surgen de una breve coalescencia antes de regresar a la Incoherencia. Una emergente Visión del Mundo comienza a ser discernible a partir del ruido blanco de los medios. Es entonces cuando su observación es interrumpida por la llegada de sus viejos compañeros a la sala en la que Adrian les espera. En el cómic, dicha sala está gobernada por la presencia de un cuadro de Alejandro cortando el Nudo Gordiano en lo que Adrian llamó un claro caso de pensamiento lateral muy adelantado a su Tiempo. En la película, más en línea con el resto del complejo y la figura de Veidt, la sala está gobernada por un busto de Ramsés II, bajo el cual puede leerse la inscripción de Shelley. En cualquiera de los casos, ambos tratan de reducir a Adrian, pero son fácilmente derrotados por este. Entre tanto, decide revelarles su plan con todo detalle. Conmocionados por la revelación, tratan de detenerle, evitarlo y decirle que debe dar marcha atrás antes de hacerlo. Pero en uno de los mejores recursos narrativos del género, Veidt responde:
"No soy un villano de cómics. ¿De Verdad crees que te habría revelado mi Plan si existiese la mínima posibilidad de que alteraseis su resultado? Lo hice hace 35 minutos."
Adrian lo hizo. Mató a millones para salvar a billones. Cuando Osterman regresó a la Tierra convencido por Laurie, con quien tenía una relación, ya era demasiado tarde. Osterman iba a pedirle explicaciones, pero Veidt lo desintegró con una máquina similar a la que creó su nuevo Ser. No sirvió de mucho, ya que Osterman tenía la capacidad de reensamblarse sin mucha complicación. Estando lo más furioso que podía estar, que no es mucho, confrontó a Veidt, espetándole en unas líneas que tienen destellos del Things you wouldn't Believe de Tears in the Rain de la mítica Blade Runner:
"He caminado sobre la superficie del Sol, visto eventos tan pequeños y rápidos que difícilmente podría decirse que han sucedido, pero tu... tu solo eres un Hombre. Y el hombre más Inteligente del Mundo no significa para mi más que la termina más inteligente."
Veidt tenía un último recurso. Un simple mando a distancia. Con él, simplemente encendió los televisores, y todos mostraban una misma cosa: Resultados. El plan de Veidt funcionó, se alcanzó la Paz y las tensiones entre superpotencias desaparecieron. Solo hacía falta que todos los presentes se comprometiesen a guardar silencio. Osterman dio la razón a Veidt. Pero uno de ellos, Rorschach, se negó. Osterman tuvo que matarlo. Después de eso, Osterman habló con Veidt una última vez. Adrian le preguntó si había hecho lo correcto y si había logrado lo que se propuso al Final. Osterman se limitó a responder que Nada termina Nunca. Veidt quedó meditativo.
Adrian termina la obra con muchas dudas. Su última conversación con Osterman no fue del todo satisfactoria. Como contraste, en Doomsday Clock, Osterman le reconocería a Adrian que estaba equivocado cuando le dijo que nada termina, asegurando entonces que Todo termina. Ni siquiera la proximidad a la Omnisciencia te da la capacidad de tener todas las Respuestas o la garantía de que estas sean las mismas para siempre.
Sus razones tenía para ello. La obra termina con unos últimos paneles que dan pie a un final abierto. El diario de Rorschach, en el que apuntó todo lo que descubrió sobre Veidt, estaba en manos de la prensa, que en Tiempos de paz necesitaba algo para cubrir titulares y páginas. Eventualmente el Plan de Veidt sería descubierto. Siempre he preferido quedarme con esta historia y no añadir la reciente Doomsday Clock, crossover de dudoso canon, que hace por servir de secuela a Watchmen. Hasta este punto el final abierto al Mundo Post-Plan de Veidt, cuyo éxito quedó patente, era una conclusión satisfactoria. Doomsday Clock no trabaja tan bien con el personaje de Veidt, pero sí que ofrece una conclusión consecuente al Legado de Veidt, en la que una joven chica huérfana obsesionada con él llamada Cleopatra será quien continúe sus pasos tras el Ascenso y la Caída de Ozymandias, esta vez bajo el nombre Nostalgia.
El Plan de Adrian conllevaba un crimen de enorme magnitud, pero al mismo Tiempo necesario. Es la materialización del Fin justificando los Medios y la tortilla que no se puede hacer sin romper unos cuantos huevos. Lo logró, triunfó. Al menos así fue hasta que el Destino decidió que hacer con aquel diario. Al final, como siempre, la única vulnerabilidad de algo Perfecto es la Imperfección a su alrededor. Veidt lo tenía todo estudiado, incluso los componentes emocionales y psicológicos -algo que los villanos no suelen hacer- pero no podía controlar todo lo que le rodeaba. Logró incluso exiliar a alguien con los Poderes de un Dios. Pero no podía ejercer control total sobre las acciones y el pensamiento de los demás
Ozymandias trató de enfrentarse a algo mucho peor que los mismísimos Dioses, trató de enfrentarse a la Naturaleza Humana. Codiciosa, violenta, mezquina... difícilmente redimible. Le queda eso sí el consuelo de haber evitado eso sí la guerra nuclear y el Fin del Mundo, aunque al final la codicia y la guerra volverían a aparecer, porque así es la Naturaleza Humana. El Legado de Ozymandias, como en el poema de Shelley, fue erosionado por el paso del Tiempo, pero pervive fruto de su Determinación, su Voluntad y la capacidad de cargar a sus espaldas con el sacrificio necesario para salvar a la Humanidad. Una Humanidad que no tardaría en volver a su cauce habitual tras establecerse la paz mundial. Una victoria temporal, al menos. Un Oasis en el Desierto.
Notad que cuando he hablado de Osterman y Veidt rara vez he usado el nombre de sus alter ego. Tiene un sentido, es para preservar el aura y la significancia histórica de la que están cargados. Manhattan por el Proyecto que engendra a la Bomba. Ozymandias por la figura que inspira incontables paralelos. A pesar de que Manhattan ya ni siquiera se identifica con el Osterman que un día fue. Y a pesar de que Veidt es un hombre entregado y consumido por su propia Visión, aquella de Ozymandias.
En cierto modo, esta entrada es una Apología al personaje de Adrian Alexander Veidt. Del Hombre contra los Dioses, el Destino, la Naturaleza... Pero también una forma de enviar un Mensaje. Y también algo para ayudar a entender aquello de que Nada termina Nunca. Para Shelley, las Arenas del Desierto consumían el erosionado por el Tiempo Legado de Ozymandias en una de las muchas pruebas del cruel sentido del humor del Universo. Y sin embargo ahí estaban las Ruinas, para atestiguar al menos lo que alguna vez fue. Y ahí estaba él, escribiendo sobre su figura. Aquí estoy Yo, haciendo lo mismo sobre la Idea adscrita a su Nombre. En el Mañana, alguien hará lo propio con ello. Si el satírico Decimus Junius Juvenalis escribió aquello de quién vigila a los vigilantes; ¿Quién continuará con esta Línea de la que hablo?
Hablando de la sátira de Juvenal, cuyo significado también ha cambiado con el Tiempo, la línea que marca a esta y otras tantas obras. Esa de los vigilantes. Hace alusión a la dificultad que existe para controlar las acciones de aquellos en posiciones de Poder. En un sentido más amplio, también podría acercarse a lo difícil, quizá imposible, de controlar los actos ajenos. Y esto fue lo que se interpuso entre Veidt y la perpetuidad de sus resultados. O quizá no la perpetuidad, pero sí la prolongación. El sometimiento necesario para que alguien pueda tener sus actos controlados por algo o alguien, ese que afecta a los Pensamientos del que os hablé antes, con frecuencia es Voluntario. No basta con la Manipulación, por buena que sea.
En cualquier caso, si Nada termina Nunca, tampoco lo hacen las Ideas o los Significados. Simplemente quedan ahí para quien esté dispuesto a verlos o interpretarlos. Porque lo inagotable de todas, el No-Fin, no hace referencia a su Legado o consecuencias Materiales, que eventualmente serán destruidas. Tampoco a su Continuidad, sea o no bajo la misma Forma y Significado. Todo eso tiene su Fin, porque Todo tiene realmente un Final. Lo que marca la diferencia es, al final, y como siempre, lo que significa para ti. Todo termina, pero resuena a su Final. Nada termina Nunca pues, porque Todo resuena al terminar, como Ecos en la Eternidad.
Como Ozymandias, Preliatore tiene un Plan. Nadie sabe cuál o siquiera para qué realmente, solo se aprecian algunas fugaces Ideas. Pero al final del Tiempo, al Final de Todo, Preliatore, ante lo Desconocido, se preguntará y se preguntó a sí mismo: ¿Ha valido la pena? Aún no tiene Respuesta. No siempre la hay. No siempre llega. Tal vez solo Yo pueda dármela. Contemplad, vosotros los Poderosos, y desesperad. Tengo un Plan.
Nos vemos en la próxima, mortales.